Abandonar un animalito es un acto cruel. Al hacerlo, se lo deja librado a su suerte para conseguir alimento, no enfermarse y evitar accidentes. La supervivencia de estos animalitos no es fácil, particularmente en una ciudad, ámbito no preparado para la vida silvestre.
Hay personas que abandonan a su animalito pensando que de alguna manera se las va a ingeniar para sobrevivir sin mayores problemas, o que algún alma bondadosa lo adoptará y pondrá de esta manera fin a su sufrimiento. Lamentablemente, la mayoría de las veces, esto no ocurre. Quisiera contar una experiencia reciente que es un buen ejemplo de cómo estos animalitos no suelen tener un final feliz.
Suelo salir a caminar por mi barrio, en Houston (Texas, Estados Unidos). Hace casi dos meses, vi que unas chicas jugaban con un pequeño gatito, y como me encantan los animales, me acerqué a verlo y a preguntarles si era de ellas. El gatito no era de ellas; al acercarme, vi que tenía una supuración en la región anal, cosa que me preocupó mucho, pensando que eso podría indicar alguna lesión interna. Era precioso, con mezcla de siamés, y tendría unos 4 o 5 meses.
Me propuse ir a darle de comer dos veces por día; le coloqué un antiparasitario-antipulgas tópico y hasta le compré unas vitaminas para cachorritos. No podía hacerme cargo del gatito, llevándolo al veterinario y luego a mi casa para cuidarlo, porque ya tengo una gatita (que también encontré abandonada) y porque estaba por irme dos semanas de viaje. Pero tenía la esperanza de mejorar su estado general y poder hacer algo más a mi regreso.
Empecé a ir a visitarlo un viernes, más exactamente el 27 de febrero. La primera vez que le llevé comida, lloró al comer, parecía emocionado de poder llenar su pequeño estómago y de tener una amiga que lo fuera a mimar un rato. El domingo noté con mucha alegría que el gatito parecía estar mejor. Ya no lloraba cuando comía, y venía corriendo a mi encuentro. Se acostaba para que lo acariciara, y me seguía cuando tenía que irme.
Lamentablemente, todo cambió el lunes, cuando fui a darle de comer y observé que no podía pararse. Parecía tener mucho dolor en sus patitas, o alguna fractura que le impedía erguirse. Ni siquiera comió ese día. Faltaban sólo 5 días para irme, y no podía dejar a ese gatito así! Me desesperaba pensar que iba a tener una lenta agonía, solito, en la calle. Empecé entonces a averiguar si algún organismo podía encargarse de él. La veterinaria de mi gata me aconsejó llamar a una organización llamada SPCA (por sus siglas en inglés, “Society for the Prevention of Cruelty to Animals”, que significa “Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales”). Esta organización cuenta con ambulancias las 24 horas del día todos los días de la semana; van a buscar animalitos heridos; si es posible curarlos, los curan y luego los dan en adopción (luego de “analizar” al posible candidato a llevarse al animalito, para evaluar si será una persona responsable). Sólo si el veterinario que recibe al animalito estima que no es posible curarlo, se le practica eutanasia, ahorrando de esta forma sufrimientos innecesarios al animalito.
Llamé inmediatamente a SPCA, quienes me informaron que ese mismo día irían a buscar al gatito. Quisiera destacar la actuación de las personas que trabajan en esta Sociedad: fueron a buscar al gatito a las 2 o 3 horas después de mi llamado; como no lo encontraron en el domicilio que les había dado, me ofrecí a ir a buscarlo yo y llevarlo a mi casa, para que ellos pudieran retirarlo desde allí. Vinieron a mi casa alrededor de la 1 de la mañana para buscarlo, haciendo un segundo viaje hasta mi barrio para poder socorrer a este animalito. Tanto la chofer de la primera ambulancia como la persona que vino a buscar al animalito demostraron su gran amor por los animales y la dedicación a su trabajo en la manera de tratar al gatito y en su preocupación por hacer todo lo que estuviera a su alcance. Es la única organización en Houston que tiene una ambulancia las 24 horas del día todos los días de la semana.
Como relaté mas arriba, fui a buscar al gatito alrededor de las 22 horas, después de hablar con la gente de SPCA, una noche bastante fría y ventosa. Estaba feliz pensando que al menos esa noche ya no sufriría frío ni hambre. Lo encontré donde estaba siempre, acurrucadito para darse calor. Me acerqué a él y lo tomé para meterlo en la jaulita que había llevado para transportarlo, temiendo lastimarlo si lo llevaba en mis brazos, o que tal vez me mordiera por estar dolorido. No se resistió ni me lastimó, pero una vez en la jaulita, empezó a llorar de miedo. No sabía adónde lo llevaba. Me partía el corazón, pero pensaba que estábamos en el buen camino para su pronta recuperación. Llegué a casa y, junto con mi marido, le preparamos una camita, comida, agua y una caja con piedritas. Ni bien le abrí la jaulita, entendió de qué se trataba todo, que queríamos ayudarlo y que no le haríamos mal. Lo acostamos en su camita; comió y tomó leche con un apetito voraz. Parecía que sentirse querido y cuidado le hacía olvidar en parte el dolor. Cuando se quedó solito, a pesar de lo cachorrito que era y de lo dolorido que estaba, usó su bandeja sanitaria para hacer sus necesidades. Lo acariciamos y lo mimamos escuchando su dulce ronroneo.
A las 3 horas más o menos, llegó la ambulancia. Lo pusieron en otra jaulita, y el gatito empezó a llorar de nuevo. Pasaban muchas cosas de pronto en su pequeña vida! Nos despedimos de él deseándole una feliz y larga vida (yo, con lágrimas en los ojos, ya me había encariñado con este precioso animalito).
Nos quedamos reconfortados, pensando que habíamos hecho lo mejor. Al día siguiente, a primera hora, un veterinario lo examinaría y empezaría su recuperación. Estaba segura de que lo adoptarían enseguida, por ser cachorrito y por lo dulce que era.
Viajé tal cual estaba previsto. Lo primero que hice ni bien volví, fue ver si encontraba la foto del gatito en la página web de SPCA, para ver si ya estaba en lista para adopción. No lo encontré.
Unos días después fui personalmente, para donar una cámara fotográfica que ya no usaba y que figura entre las cosas que se necesitan. Pregunté si podían decirme si este gatito estaba ya en lista de adopción. Estaba segura de encontrarlo! La empleada que me atendió encontró rápidamente el registro del gatito y me dio la horrible noticia: habían debido practicarle eutanasia debido a presentar serias lesiones internas. Mi cara se transformó, se me hizo un nudo en la garganta y una enorme tristeza me invadió. Ahora mismo cuando lo escribo, los ojos se me llenan de lágrimas. La empleada trató de consolarme diciendo que yo había hecho lo mejor por él.
Y creo que es cierto, hice lo mejor. Pero no logré salvarlo. Su carita mirándome cuando se lo llevaban no se me irá más de la cabeza. Y tampoco la impotencia que siento ante la indiferencia de tanta gente que abandona animalitos pensando que tal vez puedan encontrar una persona que los cuide y los quiera.